viernes, 30 de agosto de 2013

La filosofía desde sus orígenes al final de la Edad Media

La filosofía surge en Grecia, aproximadamente en los comienzos del siglo VI a.C. Como el resto de las culturas antiguas, la cultura griega se asentaba en el Mito, transmitido y enseñado por los poetas, educadores del pueblo, especialmente Homero y Hesíodo. A través de complejas narraciones y doctrinas sobre los dioses y los hombres, sobre las fuerzas que intervienen activamente en los acontecimientos cósmicos y humanos, el mito ofrecía respuestas orientadoras acerca de la naturaleza y destino del ser humano, acerca del origen y las normas de la sociedad en que el individuo humano se halla inserto y acerca del surgimiento y estructura del Cosmos. En los albores del siglo VI a. C y en consonancia con hondas transformaciones de carácter cultural y social, las inteligencias más despiertas sintieron la necesidad de sustituir las explicaciones míticas por otro tipo de explicación justificada de un modo racional.
Surgió así la Filosofía como intento de racionalizar la interpretación del hombre y del Universo, de las relaciones de los hombres entre sí y de éstos con la naturaleza. Si el Mito se caracterizaba por ofrecer respuestas a todos los enigmas fundamentales capaces de inquietar al hombre, la filosofía se caracterizó también por la radicalidad de sus planteamientos. La actitud filosófica es radical en un doble sentido: en cuanto sus cuestiones alcanzan a la totalidad de lo real y en cuanto que pretende llegar a los principios explicativos últimos de lo real. Desde su surgimiento, la Filosofía como actitud crítica y racionalizadora ha constituido un elemento esencial -si no el elemento esencial- dinamizador de nuestra cultura.
La historia de la filosofía desde sus orígenes hasta el final de la Edad Media, es un amplio período histórico de veinte siglos en que cabría distinguir, a su vez, dos períodos o ciclos distintos: el correspondiente a la Edad Antigua y el correspondiente a la Edad Media. Esta subdivisión es, sin duda, legítima. Sin embargo, existen razones de carácter histórico y cultural que permiten considerar a ambos períodos como pertenecientes a un único ciclo filosófico. En primer lugar, considérense las relaciones entre el Cristianismo y la filosofía griega. De una parte, la asimilación de la filosofía griega por el cristianismo tiene lugar en la Edad Antigua: cuando El Imperio Romano se derrumba definitivamente, el pensamiento cristiano de orientación griega, platónica, había conseguido ya una implantación definitiva que culmina en la obra de S. Agustín. De otra parte, la Edad Media prolonga y desarrolla esta actitud asimiladora de la filosofía griega por parte de los pensadores cristianos: como tendremos ocasión de comprobar, el pensamiento Medieval se expresa a través de esquemas y conceptos griegos. En segundo lugar, ha de tenerse en cuenta el carácter específico del pensamiento del siglo XIV, es decir, del final de la Edad Media: la crítica desplegada en el siglo XIV contra los sistemas filosóficos medievales es, en realidad, una crítica dirigida contra los esquemas y conceptos griegos asimilados por el pensamiento cristiano e incorporados a éste desde la Edad Antigua y a lo largo de la Edad Media. El siglo XIV marca una reacción radical contra las bases griegas del pensamiento de los siglos anteriores. Es cierto que el Renacimiento verá un resurgir de los sistemas filosóficos griegos, pero este resurgir -coyuntural, por lo demás- traerá consigo una interpretación de la filosofía griega de signo muy distinto de la interpretación medieval de la misma.
Las dos fuerzas que más radicalemente informan nuestra cultura son la filosofía Griega y el Cristianismo. Hoy podemos ser griegos o antigriegos, cristianos o anticristianos, pero en modo alguno podemos ser ni bárbaros ni paganos. El estudio de la Historia del pensamiento occidental mostrará la profunda verdad de esta afirmación.

miércoles, 21 de agosto de 2013

La autosuficiencia de la razón como fuente de conocimiento

Los términos "racionalismo" y "racionalista" son utilizados a menudo no solamente en filosofía, sino también en la lengua y conversación comunes. Si preguntáramos a cualquier persona ajena a la filosofía qué significan estos términos, tal vez nos contestaría que el racionalismo es aquella actitud que confiere una importancia, un valor fundamentales a la razón. Esta definición no es, desde luego, desatinada, pero peca de excesiva generalidad e imprecisión. No basta, en efecto, con indicar vagamente que se confiere a la razón un valor de fundamento, de principio supremo, sino que es necesario establecer qué se entiende por razón y respecto de qué se la considera principio. Lo uno y lo otro solamente puede ser definido si se señala con precisión: a) a qué factores o instancias se niega el rango de principio concedido a la razón (ya que conceder la primacía a un factor implica, obviamente, negársela a otro u otros factores); y b) en qué campo o esfera se concede a la razón el rango de fundamento o principio.
De las observaciones precedentes se deduce con facilidad que cabe hablar de racionalismo en distintos campos o esferas y que en cada una de éstas el término "racionalismo" adquirirá un significado específico y concreto. Consideremos solamente un ejemplo. A menudo se habla de racionalismo religioso. El término "racionalismo" se aplica en este caso a una esfera determinada, la esfera de lo religioso, y viene a significar aquella teoría que concede la primacía a la razón en la fundamentación y formulación de las ideas religiosas, negándosela a los dogmas y a la fe. El racionalismo religioso así entendido pretende construir una religión natural y universal, de la cual queden excluidos todos los dogmas y creencias que no sean estrictamente racionales. Este racionalismo religioso surge ya en el Renacimiento con el Platonismo y se extiende ampliamente durante los siglos XVII y XVIII.
A pesar de que pueda recibir distintas acepciones específicas y aplicarse en esferas distintas, el término "racionalismo" suele utilizarse primordialmente para denominar aquella corriente filosófica del Siglo XVII a la cual pertenecen Descartes y Leibniz, Espinoza y Malebranche. En este caso el racionalismo suele oponerse al empirismo, a la filosofía empirista inglesa del siglo XVIII.
Quizá la mejor forma de entender esta oposición sea referir ambas corrientes a la cuestión del origen del conocimiento. El Empirismo sostendrá que todos nuestros conocimientos proceden, en último término, de los sentidos, de la experiencia sensible. Por su parte, el racionalismo establece que nuestros conocimientos válidos y verdaderos acerca de la realidad proceden no de los sentidos, sino de la razón del entendimiento mismo. En la esfera del conocimiento, la filosofía racionalista del Siglo XVII concede a la razón la principialidad en cuanto fuente y origen de los mismos, negándosela a los sentidos.
Para comprender esta afirmación característica del Racionalismo (nuestros conocimientos válidos y verdaderos acerca de la realidad proceden del entendimiento mismo) es conveniente tener en cuenta el ideal y el método de la ciencia moderna. El ideal de la ciencia moderna es el de un sistema deductivo, en que las leyes se deducen a partir de ciertos principios y conceptos primeros. El problema fundamental consiste en determinar de dónde provienen (y cómo es posible formular) las ideas y principios a partir de los cuales se deduce el cuerpo de las proposiciones, de los teoremas, de la ciencia. Ante este problema no caben más que dos posibles contestaciones: a) los principios, ideas y definiciones, a partir de los cuales se deduce el resto de las proposiciones científicas, provienen de la experiencia sensible, su origen se halla en la información que nos proporcionan los sentidos, y b) su origen no se halla en la experiencia sensible, sino que el entendimiento los posee en sí mismo y por sí mismo.
Esta última es la respuesta del Racionalismo. Las ideas y principios a partir de los cuales se ha de construir deductivamente nuestro conocimiento de la realidad no proceden de la experiencia. Ciertamente los sentidos nos suministran información acerca del Universo, pero esta información es confusa y a menudo incierta. Los elementos últimos de que ha de partir el conocimiento científico, las ideas claras y precisas que han de constituir el punto de partida no proceden de la experiencia, sino del entendimiento que las posee en sí mismo. Esta teoría racionalista acerca del origen de las ideas se denomina innatismo, ya que sostiene que hay ideas innatas, connaturales al entendimiento, que no son generalizaciones a partir de la experiencia sensible. Dos son por tanto, las afirmaciones fundamentales del Racionalismo acerca del conocimiento: en primer lugar, que nuestro conocimiento acerca de la realidad puede ser construido deductivamente a partir de ciertas ideas y principios evidentes; en segundo lugar, que estas ideas y principios son innatos al entendimiento, que éste los posee en sí mismo al margen de toda la experiencia sensible.

sábado, 17 de agosto de 2013

De los prejuicios de los filósofos

La voluntad de verdad, que todavía nos seducirá a correr más de un riesgo, esa famosa veracidad de la que todos los filósofos han hablado hasta ahora con veneración: ¡qué preguntas nos ha propuesto ya esa voluntad de verdad! ¡Qué extrañas, perversas, problemáticas preguntas! Es una historia ya larga, - ¿y no parece, sin embargo, que apenas acaba de iniciarse? ¿puede extrañar el que nosotros acabemos haciéndonos desconfiados, perdiendo la paciencia y dándonos la vuelta impacientes? ¿El que también nosotros, por nuestra parte, aprendamos de esa esfinge a preguntar? ¿Quién es propiamente el que aquí hace preguntas? ¿Qué cosa existente en nosotros es la que aspira propiamente a la <<verdad>>? - De hecho hemos estado detenidos durante largo tiempo ante la pregunta que interroga por la causa de ese querer, - hasta que hemos acabado deteniéndonos del todo ante una pregunta más radical aún. Hemos preguntado por el valor de esa voluntad. Suponiendo que nosotros queramos la verdad: ¿por qué no, más bien, la no-verdad? ¿Y la incertidumbre? ¿Y aún la ignorancia? - El problema del valor de la verdad se plantó delante de nosotros, - ¿o fuimos nosotros quienes nos plantamos delante del problema? ¿Quién de nosotros es aquí Edipo? ¿Quién Esfinge? Es éste, a lo que parece, un lugar donde preguntas y signos de interrogación se dan cita. - ¿Y se creería que a nosotros quiere parecernos, en última instancia, que el problema no ha sido planteado nunca hasta ahora, - que ha sido visto, afrontado, osado por vez primera por nosotros? Pues en él hay un riesgo, y acaso no exista ninguno mayor.